La Revolución Boliviana de 1952

Compartimos a continuación el informe realizado por nuestro compañero Alejandro Bodart en Panorama Internacional, el programa de la LIS.

Como hemos explicado en varias oportunidades, al finalizar la Segunda Guerra mundial y sin Trotsky, que había sido asesinado en 1940, la IV internacional quedó en manos de una dirección pequeño burguesa, sin ninguna experiencia, sin tradición ni formación en la lucha de clases.

Ésta dirección no probada, a través de desviaciones revisionistas y errores garrafales, terminó dispersando las fuerzas del trotskismo en múltiples organizaciones.

Hoy nos vamos a detener en la mayor oportunidad que tuvo el trotskismo en su historia y que fue desaprovechada por esa dirección: la revolución boliviana de 1952.

Ese año, la clase obrera en Bolivia llevó a cabo una de las revoluciones más perfectas de la historia, comparable a la Revolución Rusa de 1917.

A diferencia de todas las demás revoluciones de la posguerra, esta tuvo claramente a la clase obrera al frente y a un partido trotskista con influencia de masas en condiciones de disputar y tomar el poder.

La revolución de 1952 logró destruir al ejército burgués, se crearon milicias obreras y campesinas que se adueñaron de todo el armamento.

Y surgió un organismo que se transformó en el único poder verdadero en el país, la COB, la Central Obrera Boliviana, donde se referenció y centralizó toda la clase obrera, el campesinado y las milicias y donde el trotskismo logró tener un peso decisivo.

Pero el Partido Obrero Revolucionario, la sección boliviana de la Cuarta Internacional, dilapidó la oportunidad histórica que se le presento.

Bolivia era gobernada por el régimen de la oligarquía minera y terrateniente conocido como La Rosca. Este entró en una crisis aguda tras ser derrotado en la guerra del Chaco contra Paraguay.

El ejército se divide y surge un sector nacionalista que toma el poder en 1936 y nacionaliza parte del petróleo, al calor de un ascenso de la lucha obrera y popular.

Ligado a este, autodenominado “socialismo militar”, surgió el MNR, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, un partido de la clase media con un programa reformista.

Tenía una fracción, la de Paz Estenssoro, que se vincularía con el sindicalismo minero, apoyando en 1944 la fundación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia.

Pero los obreros mineros estaban en un proceso de politización y radicalización que iba más allá del nacionalismo del MNR.

En 1946, la Federación de Mineros adoptó el programa de Pulacayo, redactado por el POR trotskista y que comprendía un programa de transición revolucionario, político y socialista, inspirado en el Programa de Transición que había redactado León Trotsky.

Desde ese momento el trotskismo no dejaría de crecer y alcanzaría un peso de masas entre los trabajadores.

El mismo año, la Rosca recuperó el gobierno con un golpe gorila que contó con el apoyo del Partido Comunista, entonces alineado con Estados Unidos y acusando al bando nacionalista de ser nazi.

El nuevo gobierno intentó derrotar a los mineros pero perdió todo apoyo social tras perpetrar la conocida masacre blanca en la mina Siglo XXI y tuvo que llamar a elecciones en 1951.

El MNR ganó las elecciones, pero los militares dieron un nuevo golpe para evitar que asumiera el gobierno.

El 9 de abril de 1952 el MNR con la policía y un sector del ejército intentó un contragolpe, que fracasó, pero se desató una insurrección obrera y popular impresionante.

Así comenzó esta extraordinaria revolución.

La policía, derrotada, entregó algunas armas a los trabajadores en la capital de La Paz.

Mientras tanto, los mineros de Oruro derrotaron al ejército, se apoderaron de los regimientos, se armaron y comenzaron a marchar hacia La Paz.

Los trabajadores en la capital liquidaron a los siete regimientos que componían la base del ejército boliviano, y también se apropiaron de todas las armas.

Tras dos días de combate, el golpe militar había caído y las milicias obreras y campesinas eran las únicas fuerzas armadas que quedaban en el país, la mayor parte de ellas dirigidas por el trotskismo. El MNR asume el gobierno, pero el poder real estaba en mano de las masas en armas, que organizaron al conjunto de los sindicatos y a las milicias creando la Central Obrera Boliviana el 17 de abril.

Bajo presión de las masas en revolución, el gobierno nacionalizó las minas e integró a los sindicatos a la dirección de la empresa estatal con poder de veto. Los sindicatos y las organizaciones obreras y campesinas adquirieron facultades legislativas, ejecutivas y judiciales y comienzan a organizar todas las actividades del país. Se desarrolla una situación de doble poder, semejante a la de Rusia tras la revolución de febrero en 1917, con un gobierno burgués impotente y el poder real en manos de la clase obrera organizada.

La COB tenía la posibilidad de hacerse enteramente del poder, enterrar el Estado burgués, establecer un gobierno obrero y campesino apoyado en las milicias obreras y llevar a cabo el programa revolucionario de Pulacayo.

Pero los sectores reformistas de la COB, con Juán Lechín, del ala izquierda del propio MNR a la cabeza, defendían al gobierno de Paz Estenssoro y ocuparon dos ministerios en su gobierno.

Trágicamente, el POR, que tenía 6 de los 13 miembros del Comité Central de la COB y un peso decisivo entre los mineros y las milicias, en lugar de luchar por una política revolucionaria, que pasaba por levantar todo el poder a la COB, también apoyó (críticamente) al gobierno del MNR.

La Cuarta Internacional dirigida entonces por Pablo y Mandel había adoptado la política del entrismo sui generis.

Caracterizaba que se venía una Tercera Guerra Mundial contra la URSS, que esa guerra iba a obligar a los Partidos Comunistas estalinistas a hacerse revolucionarios, y que entonces los trotskistas tenían que integrarse y apoyar a los mismos.

Esa línea la impusieron a escala mundial. Donde no habían partidos estalinistas fuertes, los reemplazaban con los socialistas reformistas o nacionalistas burgueses.

En Bolivia eso significó darle su apoyo crítico al gobierno burgués del MNR en lugar de pelear por que la COB tomara el poder.

Esa capitulación al nacionalismo burgués, la escondían detrás de un falso objetivismo. Sostenían que la presión del movimiento de masas era tan fuerte que obligaría al MNR a hacer una revolución socialista.

Propusieron para Bolivia y lamentablemente el POR lo llevo adelante, una política opuesta a la que levantaron Lenin y Trotsky en Rusia, donde frente al gobierno burgués de Kerensky le opusieron todo el poder a los soviet.

La corriente de la cual provenimos nosotros, que se había integrado a la Cuarta Internacional pocos años antes, desarrolló una lucha implacable contra la traición del POR boliviano, advirtiendo que llevaría a la derrota de la revolución y la crisis del trotskismo boliviano, insistiendo en que la única política revolucionaria en ese momento era levantar “todo el poder a la COB”.

Todas las condiciones estaban dadas para que eso sucediera. El POR tenía el peso suficiente en la COB y en las milicias para pelear por esa salida de fondo, que además era la única que podía llevar la revolución al triunfo.

Trágicamente, la tesis central de la teoría de la revolución permanente, de que todo lo que no avanza termina retrocediendo, se confirmaría una vez más por la negativa.

El oxigeno que le otorgaron Lechín y el POR, le permitió a Paz Estenssoro desmovilizar la revolución con algunas concesiones democráticas, como el sufragio universal y una limitada reforma agraria, y luego comenzar a desmontar sus conquistas.

En 1953 el gobierno comienza a reconstruir el ejército regular y desarmar las milicias con la ayuda de Estados Unidos y el FMI.

Pero tardarían mucho tiempo en lograrlo al punto que en muchas celebraciones el ejercito tenia que pedirle prestadas las armas a la COB para desfilar y después devolverlas.

El POR luego denunciaría el giro a derecha del gobierno, pero en lugar de romper, exige que la izquierda del MNR asuma el poder.

Sin embargo, en el primer congreso de la COB, que se realizó en el 54, esta terminó aprobando la reconstrucción del ejército con ayuda de Estados Unidos.

Recién en el 56, cuando la ola revolucionaria había bajado y el MNR se había estabilizado en el poder y el ejército se había reestructurado, el POR terminó levantando la consigna, ya propagandística, de “todo el poder a la COB”.

Como en toda revolución que no va a fondo, la reacción la costó caro al pueblo boliviano. Décadas de neoliberalismo, saqueo y nuevas dictaduras.

En la primera década de este siglo, las masas bolivianas, nuevamente con los mineros a la cabeza, se llevaron puestas otro gobierno burgués.

Lamentablemente, una nueva dirección reformista, esta vez el MAS de Evo Morales, frenó el proceso, se reconcilió con la oligarquía y terminó desilusionando a las masas y luego cayendo.

Pero pocos pueblos trabajadores tienen la persistencia del boliviano, que nuevamente está en movimiento contra un régimen agotado.

Los revolucionarios debemos sacar conclusiones de las experiencias pasadas para que la próxima oportunidad revolucionaria, que vendrá más temprano que tarde, no sea desaprovechada.

A fines del año pasado los trabajadores se volvieron a levantar y en dos oportunidades nuevamente el poder estuvo en el aire.

Evo Morales cayó por la rebelión generalizada de los trabajadores y sectores importantes del campesinado.

La dirección de la COB, encabezada por la burocracia se negó a intervenir en la crisis política.

Tampoco existe un partido revolucionario con peso de masas para volver a poner en el centro del debate la necesidad de que los trabajadores y el pueblo gobiernen a través de sus propias organizaciones.

Esa ausencia y la colaboración del MAS de Morales desde la cámara de diputados y senadores que nunca dejaron de dirigir permitieron que llegue al poder la tercera en la línea sucesoria, la derechista Añez, que ya ha dicho que no se presentará a las próximas elecciones, porque no tiene base social.

La tarea más urgente en Bolivia es unir a los revolucionarios y construir un partido que, ante las próximas crisis, levante una política correcta y se fortalezca la perspectiva de un gobierno de los trabajadores y el pueblo.

Al servicio de esa tarea trabaja la LIS.