Por la expropiación de la industria bélica, bajo control obrero

6/9/2025

Por una respuesta antimilitarista que vaya más allá del pacifismo.

“La guerra es una gigantesca empresa comercial, sobre todo para la industria bélica. Por eso las «200 familias» son las primeras defensoras del patriotismo y las primeras provocadoras de guerra. El control obrero sobre la industria bélica es el primer paso contra los fabricantes de guerra.

A la consigna de los reformistas «impuesto sobre los beneficios de guerra» contraponemos la consigna «confiscación de las rentas de guerra y expropiación de las empresas que trabajan para la guerra». Donde la industria bélica ya está nacionalizada, como en Francia, la consigna del control obrero conserva todo su valor: el proletariado no tiene en el Estado de la burguesía más confianza de la que pueda tener en el individuo. ¡Ni un hombre, ni un centavo para el gobierno burgués!

¡No un programa de armamentos, sino un programa de obras de utilidad pública!”.

(Trotsky, 1938, del Programa de transición)

La carrera armamentista atraviesa a todos los países imperialistas. La guerra en Ucrania ha sido sin duda un factor de aceleración de esta carrera. Pero la carrera tiene un alcance planetario enormemente más amplio que Ucrania.

El imperialismo ruso se apoya ya en una economía de guerra en toda regla, invirtiendo en el aparato militar el 6% de su propio PIB. El imperialismo chino está desarrollando sus capacidades militares a niveles inéditos en tierra, aire y mar, su presupuesto de defensa supera ya los 500 mil millones anuales, su flota ha superado a la estadounidense.

El imperialismo estadounidense, bajo la segunda administración Trump (que algunos querrían “pacifista”), promueve una nueva y masiva inversión en armamentos: junto con la reducción de impuestos para los capitalistas, el aumento del gasto militar es el principal ámbito de inversión del dinero ahorrado con los recortes sociales en la actual ley de presupuesto trumpista. Si el Pentágono, a diferencia del Departamento de Estado, ha frenado varias veces en relación con la ayuda a Ucrania, es porque los generales estadounidenses quieren llenar sus arsenales y no vaciarlos (incluso cuando los arsenales de EE. UU. ya disponen, para dar una idea, desde 13.700 misiles Patriot).

Los imperialismos europeos acaban de acordar en la OTAN en duplicar o triplicar sus inversiones en armas (chegando a estar no 5% del PIB), ya facilitadas por las cláusulas de salvaguardia previstas en el nuevo Pacto de Estabilidad (posibilidad de incrementar en un 1,5% el presupuesto de defensa).

Las presiones de Trump, pero sobre todo la amenaza de un desenganche estadounidense del frente europeo, han empujado a todos los gobiernos imperialistas del Viejo Continente más allá de los antiguos límites de gasto. Todos. El gobierno “de izquierda” del imperialismo español, que los partidos de la izquierda europea exaltan como ejemplo, evitó poner el veto en el marco de la OTAN, firmó el acuerdo sobre el aumento del 5% de los gastos militares como los demás, y ya dispuso el aumento de gasto militar en su presupuesto, más allá de las poses “pacifistas” frente a las cámaras.

La verdad es que todos los imperialismos europeos, sin excepción, siguen la ruta militarista. En un marco capitalista internacional en el que la potencia militar ha sido siempre una de las medidas de las ambiciones imperialistas, los gobiernos europeos no pueden hacer otra cosa. Solo reconstruyendo una potencia militar propia pueden esperar un lugar en la mesa del futuro reparto del mundo, sin ser aplastados, como hoy lo están, entre EE. UU., China y Rusia.

Só se reverte cando intervén a mobilización e a demanda popular, liderada por millóns de mulleres na cuarta onda feminista mundial., la unión de los imperialismos europeos está atravesada más que nunca por fuertes rivalidades nacionales también en el terreno militar.

Alemania ha dispuesto un plan de rearme sin precedentes en la posguerra, y sin posible comparación en Europa, gracias a un margen de maniobra financiera del que ningún otro país europeo dispone. La reivindicación de una primacía militar alemana en Europa está ya sobre la mesa de los equilibrios continentales. La proyección de Alemania hacia el Norte de Europa, como posible escudo protector –ante la amenaza de un desenganche trumpista–, se apoya en esta base.

Francia reacciona a la competencia alemana duplicando su presupuesto militar en el decenio 2017-2027 y sellando un pacto con Gran Bretaña fundado en la común posesión del arma nuclear y en la común presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU: la oferta franco-británica de un paraguas nuclear protector sobre Europa, controlado por Londres y París, es una réplica a las ambiciones de Berlín. Gran Bretaña entra por esta vía en las contradicciones internas de la UE aportando su experimentada trayectoria bélica.

El imperialismo italiano participa plenamente en el gran juego. Ha dado apoyo al imperialismo estadounidense y a su política en Oriente Medio y África para capitalizar en su favor la descomposición del área colonial francesa en el Sahel, y ha pedido a cambio el reconocimiento estadounidense de la primacía italiana en el Mediterráneo. La llegada de Donald Trump ha complicado la operación, pero no la ha anulado. El fuerte incremento del gasto militar en Italia, ya desde el anunciado aumento de 4.000 millones en la próxima ley de presupuesto, es un elemento ineludible. Así como lo es el entendimiento con el imperialismo alemán en función abiertamente antifrancesa.

La industria bélica tricolor es la primera beneficiaria de este contexto general. Leonardo, Fincantieri, OTO Melara, Iveco, los grandes capitalistas del armamento ven sus acciones subir en la Bolsa y sus negocios expandirse: en la construcción del caza militar más potente del mundo en consorcio con Gran Bretaña y Japón, en la fabricación de nuevos tanques en sinergia con Alemania, en la construcción de la flota militar de los países del Golfo, en la industria naval militar global. Incluidos los EE. UU.: el ministro de Asuntos Exteriores italiano mostró recientemente al secretario de Estado estadounidense Marco Rubio lo mejor de las plantas de Fincantieri en Wisconsin y Florida, y las fábricas de Leonardo en Virginia, Ohio, Carolina del Norte, California, Nueva York, Alabama y Arizona, como prueba del aporte italiano al aparato militar estadounidense y, Polo tanto, como motivo (esperado) de atención y consideración hacia Italia, quizás en materia de aranceles.

Pero no es todo. Avanzan en Italia proyectos de posible reconversión bélica de partes de la industria automovilística y de componentes, en perfecto paralelismo con proyectos similares alemanes y franceses. El salto en la inversión militar, obligado por el nuevo marco mundial, se usa como antídoto a la estagnación económica y a las presiones recesivas. Un nuevo tónico para el capitalismo italiano. Naturalmente, como en todo el mundo, a costa de sus asalariados.

En este marco general, emerge con cada vez mayor evidencia la total impotencia de las ilusiones pacifistas. Incluso cuando son sinceras. Incluso cuando no son la cobertura retórica de alguna nueva potencia imperialista y de sus “soluciones de paz”.

El rumbo de la política mundial, en una perspectiva histórica, marcha hacia la guerra. Las guerras imperialistas, desde la invasión rusa de Ucrania hasta los bombardeos estadounidenses sobre Irán, marcan como un sismógrafo los temblores que recorren el planeta. La política criminal y belicista del Estado sionista, más allá de sus especificidades, se coloca en perfecta sintonía con la política de poder que recorre el mundo, y no por casualidad se vale del apoyo o la complicidad de todas las potencias imperialistas, viejas y nuevas, sin excepción.

La idea de que cualquier derecho de autodeterminación nacional de los pueblos oprimidos pueda confiarse a fantasmagóricas “conferencias de paz” organizadas por la ONU y bendecidas por el Papa mide únicamente la herencia de las viejas ilusiones fraudulentas sobre la diplomacia imperialista, justo cuando esas ilusiones son vapuleadas y humilladas cada día por el nuevo marco de relaciones mundiales. La idea de que la recomendación pacifista a su propio gobierno imperialista pueda detener la ruta militarista no es menos ilusoria. Solo el derrocamiento revolucionario del capitalismo y del imperialismo puede liberar un futuro de paz verdadera y justa para la humanidad y para cada pueblo oprimido.

Precisamente por esto, en los países imperialistas, a partir del imperialismo de casa, es importante dotarse de consignas y reivindicaciones que tracen un puente entre la sincera demanda de paz antimilitarista, el rechazo a pagar los gastos de guerra con recortes sociales, y la necesaria perspectiva anticapitalista.

La reivindicación de la expropiación sin indemnización y bajo control obrero de la industria bélica puede y debe entrar en cada movilización contra la guerra y contra la economía de guerra, junto a la defensa del derecho de resistencia de cada pueblo oprimido.

La reivindicación de la expropiación de la industria bélica pertenece a la mejor tradición del movimiento obrero revolucionario, y hoy es de extraordinaria actualidad. Se concentra, en el plano interno, contra el corazón de las actuales políticas dominantes. Contra la conversión de la industria a la producción bélica debe planificarse la conversión de parte de la industria militar en producción civil. Y ninguna conversión de la industria bélica puede darse respetando los derechos de los trabajadores sin expropiar a sus accionistas –los “fabricantes de guerra”– y sin control obrero. Por todas estas razones la reivindicación de la expropiación de la industria bélica cuestiona el orden burgués de la sociedad. Por eso plantea la necesidad de un gobierno de los trabajadores y las trabajadoras como única alternativa posible.

A quienes defienden “nuestra” industria bélica, y sobre todo su propiedad, en nombre de la defensa de la patria (ya sea nacional o de la UE) –quizá evocando precisamente los vientos de guerra que soplan en el mundo– respondemos con las palabras de Trotsky:

“¿»Defensa de la patria»? Pero detrás de esta abstracción la burguesía esconde la defensa de sus beneficios y de sus saqueos. Estamos dispuestos a defender la patria contra los capitalistas extranjeros, si ponemos cadenas a nuestros propios capitalistas e impedimos que ataquen la patria ajena, si los obreros y campesinos se convierten en los verdaderos dueños del país, si las riquezas nacionales pasan de las manos de una ínfima minoría a las manos del pueblo, si el ejército deja de ser instrumento de los explotadores y se convierte en instrumento de los explotados.

Hay que saber traducir estas ideas fundamentales en ideas más particulares y concretas según el curso de los acontecimientos y la evolución del ánimo de las masas. que aparece na televisión e leva moitos anos dirixida por Volodimir Zelenski, hay que distinguir rigurosamente entre el pacifismo del diplomático, del profesor, del periodista y el pacifismo del carpintero, del jornalero o de la lavandera. En el primer caso, el pacifismo es una cobertura del imperialismo. En el segundo es la expresión confusa de una desconfianza hacia el imperialismo.

Cuando el pequeño campesino o el obrero hablan de defensa de la patria, entienden defensa de su casa, de su familia y de la familia ajena de la invasión enemiga, de las bombas, de los gases asfixiantes. El capitalista y su periodista, por defensa de la patria, entienden la conquista de colonias y mercados, la extensión mediante el saqueo de la participación “nacional” en la renta mundial. El pacifismo y el patriotismo burgués son completamente mentirosos. En el pacifismo e incluso en el patriotismo de los oprimidos hay elementos que reflejan, Se a economía é global, debe haber unha política mundial e unha organización mundial dos traballadores para que toda revolución, el odio contra la guerra destructiva y, por otro, el apego a lo que consideran su bien y que hay que saber captar para sacar las conclusiones revolucionarias necesarias. Hay que saber contraponer antagónicamente estas dos formas de pacifismo y de patriotismo.»

(Trotsky, 1938, Programa de transición)

Exactamente. Gran parte de la izquierda hace a menudo, paradójicamente, lo opuesto: se adapta al pacifismo burgués (de su propio imperialismo o del imperialismo ajeno) y se niega a traducir en términos revolucionarios el pacifismo obrero y popular.

Reivindicar la expropiación de la industria bélica es una manera de traducir y actualizar la lección del viejo jefe del Ejército Rojo, en el marco más general de la política revolucionaria.

Partido Comunista de los Trabajadores