Qatar, derechos LGBT y barniz rosa
Por Pablo Vasco
Acaba de empezar el Mundial de fútbol masculino, de manera que buena parte de la atención planetaria ya está siguiendo los mágicos vaivenes de la pelota, desde ahora hasta casi las fiestas de fin de año. Y eso tiene su lógica, dada la enorme popularidad global del fútbol, que además está motorizada por todo tipo de campañas publicitarias y demás negocios multimillonarios que rodean a ese deporte, máxime en competencias internacionales.
Una de las cuestiones que viene despertando polémica es el de la durísima legislación qatarí hacia las personas LGBT. Pero antes de seguir con eso queremos señalar otro tema muy doloroso, del que los grandes medios casi ni hablan o directamente mienten: el de los 6.500 trabajadores -casi todos inmigrantes de países pobres- que dejaron sus vidas en la construcción de los estadios desde 2010, cuando Qatar fue elegido como sede del campeonato. Basta decir que el gobierno de Qatar, con la complicidad de la FIFA, afirma sin ninguna verguenza que apenas han muerto tres…
Castigo por ser como se es
Qatar es un Estado confesional, con el islamismo sunnita como religión oficial. La ley qatarí establece para las personas homosexuales, bisexuales o transexuales penas de hasta diez años de prisión, multas y también «terapias de conversión» en forma obligatoria. Y si la ley castiga así, obviamente la policía detiene, golpea, tortura y hasta niega asistencia médica y defensa judicial. En vez de respetarlo, Qatar criminaliza uno de los derechos humanos más elementales, inherentes a toda persona: el derecho a la libre orientación sexual e identidad de género.
Por cierto, como el gobierno qatarí ante las presiones ahora busca evitar grandes escándalos y dar al mundo cierta imagen de «libertad y modernidad», algunos funcionarios han declarado que no prohibirán las banderas arcoíris en las tribunas ni el uso de distintivos LGBT. Eso sí: no tolerarán ninguna muestra de afecto por fuera del clóset. Veremos qué ocurre.
Pero Qatar no es una excepción. Hoy 69 países de los 195 del mundo todavía penalizan la homosexualidad: uno de cada tres. En siete rige la pena de muerte: en Arabia Saudita, Irán, Yemen, Brunei, regiones de Somalia y Nigeria, y en Irak por agentes no estatales. En otros cuatro países la pena capital persiste como interpretación de la sharia (ley islámica), pero no se aplica: Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Afganistán y Mauritania. En Gambia, Uganda y Bangladesh, el castigo por relaciones homosexuales -consentidas y entre personas adultas- es cadena perpetua. En Irán, que este mismo año ya ejecutó a cuatro hombres por esa razón, un beso homosexual implica 60 latigazos… Toda una aberración inhumana a seguir combatiendo.
Soluciones de fondo, no pinkwashing
Ahora bien; en otros países la inexistencia de penalización hacia las conductas de la diversidad sexual no equivale al automático reconocimiento de derechos por el Estado. En la Argentina y en todo otro lugar donde se conquistaron avances ha sido por la lucha y la movilización de la comunidad LGBT durante años y a veces décadas.
Ante el caso concreto de Qatar y su régimen antiderechos de género, la FIFA, que ya organizó el Mundial anterior en la Rusia del dictador homo-odiante Putin, guardó el más absoluto silencio. En cambio, hasta ahora 13 de los 32 equipos participantes anunciaron que sus capitanes utilizarán brazaletes arcoíris y ocho de ellos ya lo han confirmado: Bélgica, Gales, Francia, Dinamarca, Holanda, Alemania, Inglaterra y Suiza. Pero la actitud solidaria de esas delegaciones no debe hacer confundir a nadie sobre el rol de sus gobiernos y Estados, aplicadores de planes de ajuste y defensores del capitalismo patriarcal. En esos mismos países europeos es necesario continuar la lucha para que los derechos ganados por las mujeres y personas LGBT sean efectivos, se avance en nuevos derechos y se aplique presupuesto suficiente a las políticas públicas al respecto.
El pinkwashing o barniz rosa existe por parte de Estados y gobiernos. Es hacer algún gesto político eventual o tomar alguna medida de bajo costo para mostrarse como respetuosos de los derechos de género, pero a fin de ocultar la explotación de clase u otras formas de opresión, ya sea imperialista, racista o antiinmigrantes. También, a veces, para disimular el financiamiento estatal a la Iglesia Católica u otros cultos reaccionarios y antiderechos, que son funcionales a la burguesía dominante porque defienden la conciliación de clases y los prejuicios machistas.
Un caso extremo de pinkwashing es el de Israel, que se jacta de ser un «paraíso» LGBT mientras a diario comete apartheid y genocidio contra el pueblo palestino. En ese sentido, por ejemplo, reivindicamos la decisión de la comisión organizadora de la Marcha del Orgullo en Buenos Aires, que nuestro partido integra junto a decenas de otras agrupaciones, de no sólo abuchear a Qatar sino también de no permitirle participar a la embajada de Israel de ese masivo evento ya que dicho Estado viola los derechos humanos.
Como socialistas revolucionarios participamos en unidad y sin ningún sectarismo de las luchas del colectivo LGBT y feministas en general, a la vez que las consideramos parte de un combate político superior por cambiar de raíz este sistema, que es el origen de todas las violencias. En su crisis, el capitalismo ataca cada vez más todos los derechos, como lo demuestra el retroceso del derecho al aborto en los Estados Unidos. Por eso luchamos por un sistema justo y solidario, el socialismo, donde cada persona pueda desarrollar libremente su sexualidad y todas sus demás capacidades. Incluido, claro está, el derecho de cualquier jugador/a o espectador/a de besar a su pareja, en cualquier estadio de fútbol, en Qatar o en cualquier otro país del mundo.