¡Impongamos una verdadera reducción del tiempo de trabajo!
“La reducción de la jornada de trabajo es una condición indispensable para la emancipación del proletariado; no solo mejora la salud y las condiciones materiales de los trabajadores, sino que también libera tiempo para la educación y la actividad cultural.” León Trotsky, «La revolución traicionada» (1936)
Por Gérard Florenson
El proyecto de reducir a 37 horas y media la duración de la semana laboral, impulsado por Yolanda Díaz y las direcciones sindicales, se enfrenta a la viva oposición del empresariado, que predice quiebras en cascada o, como mínimo, innumerables dificultades, especialmente para las pequeñas empresas, esas que siempre se ponen por delante para proteger los intereses de las grandes. Nada nuevo, como veremos.
En el corazón del combate de clases
La cuestión del tiempo de trabajo, al igual que la de los salarios, siempre ha estado en el centro de los enfrentamientos entre el capital y los trabajadores. Para extraer mayor plusvalía, el empresariado busca constantemente reducir los salarios reales y hacer que los obreros trabajen más, sin consideración por sus condiciones de vida. Para el proletariado, es una reivindicación vital el no querer perder la vida por un salario que apenas permite subsistir.
La revolución industrial tuvo un coste enorme en muertes prematuras, cuerpos destrozados por el agotamiento1. Fueron las luchas obreras las que obligaron a los gobiernos a prohibir el trabajo infantil, a reducir la jornada laboral a 10 horas y luego a 8, siendo esta última una reivindicación que se convirtió en una causa internacional del combate de clase, conquistada país tras país2.
Cada vez, los “pobres patrones” clamaban que los estaban degollando, que las fábricas y las minas no podían funcionar sin el trabajo infantil, que las dos horas que se les “robaba” eran aquellas de las que sacaban un poco de beneficio, que se les obligaría a cerrar el negocio. Marx y Engels –entre otros– desmontaron estas afirmaciones, y constatamos (por desgracia) que los explotadores siguen ahí y siguen siendo igual de ricos.
La jornada de ocho horas fue un alivio, pero se trabajaban seis días a la semana y no había vacaciones, salvo algunas fiestas laborales raramente pagadas. Las cajas de pensiones eran muy escasas; se trabajaba hasta la incapacidad física total o hasta la muerte. Las pensiones y las vacaciones fueron objeto de otras luchas que acabaron por ser victoriosas, imponiendo reformas que el empresariado jamás digirió.

España no fue una excepción
Frente al auge de las luchas y el progreso en la organización de los trabajadores, el gobierno liberal presidido por el conde de Romanones3 decretó el 3 de abril de 1919 la jornada de ocho horas. La contestación patronal ante esta concesión a la clase obrera fue, por supuesto, inmediata. En Catalunya, que junto con el País Vasco era la región más industrializada, el Foment del Treball fue su motor. Esta organización patronal estaba en guerra abierta con los sindicalistas de la CNT. Impulsó falsos sindicatos llamados “libres” y creó una milicia burguesa, el Sometent, con el apoyo del gobernador militar de Catalunya, una milicia que no dudaba en asesinar sindicalistas.
El primer presidente del Foment, Albert Rusiñol, fue uno de los fundadores de la Lliga Regionalista, el partido de la derecha catalanista entonces dirigido por Francesc Cambó, el más auténtico representante de la burguesía catalana. Nada sorprendente en el apoyo de la Lliga a los argumentos patronales, así como a la creación del Sometent: ¡entre la justicia y el orden, la Lliga siempre eligió el orden!4.
La derecha al servicio de los patrones: en Catalunya es JUNTS
Como se ve, la polémica actual en torno a una posible semana de 37,5 horas no carece de precedentes. El empresariado está ferozmente opuesto a una reforma así5 y, como siempre, cuenta con el apoyo de los partidos de derecha. Ninguna sorpresa por parte de VOX y del PP, pero en Catalunya el “frente de los amigos de los patrones” cuenta con un miembro adicional: JUNTS.
Esto no nos sorprende, como ya explicamos en otros artículos: JUNTS es el partido de los patrones y propietarios, una derecha catalanista que es la digna heredera de la Lliga y que permitió el reciclaje, durante la Transición, de los burgueses catalanes que hicieron fortuna bajo el franquismo. Esperamos que este nuevo episodio contribuya a abrir los ojos de quienes aún creen en la gran unidad interclasista del catalanismo.
Una reforma que puede resultar una trampa
En cuanto a la reducción del tiempo de trabajo en sí, por supuesto que no nos vamos a oponer, aunque nos parece insuficiente para absorber el desempleo y está muy lejos de devolver a los asalariados las ganancias de productividad que desde hace décadas han acrecentado los beneficios de los patrones.
Pero sobre todo –y el ejemplo de las 35 horas en Francia lo demuestra– si se adopta la ley, será necesario luchar para que su aplicación no venga acompañada de concesiones al empresariado, compensaciones financieras, o flexibilidad en la organización del trabajo (37,5 horas de media, pero una duración real que cambie según las necesidades patronales: 30 horas una semana, 45 otra, desaparición del recargo por horas extras).
No confiemos en absoluto en el gobierno ni mucho menos en los dirigentes de UGT y CC.OO. Son los trabajadores quienes, por sí solos, han de imponer una reducción del tiempo de trabajo que responda a sus intereses. La primera trampa consistirá en proponer negociar empresa por empresa las modalidades de aplicación, con el pretexto de adaptarse a las realidades locales, lo que en realidad significa que los patrones impondrán su ley allí donde el equilibrio de fuerzas les sea favorable, donde los asalariados no estén organizados, con chantajes al despido o al cierre incluidos. Y todo esto, probablemente, con la comprensión del gobierno…
Ante esto, hay que imponer reivindicaciones que unan a todos los sectores: Creación de empleos en proporción al tiempo de trabajo liberado. Ninguna reducción de salarios, primas o indemnizaciones. Mantenimiento de las pausas, días adicionales de descanso y puentes habituales. Pago con recargo de las horas extra más allá de las 37 horas y media.
Notas
1 En Francia, a finales del siglo XIX, fueron las autoridades militares quienes se alarmaron del lamentable estado de salud de los jóvenes obreros reclutados por el ejército. Pero eso importaba poco a los patrones, que reemplazaban al obrero caído por otro que duraba un tiempo.
2 Historia poco conocida: en España, la jornada de ocho horas había sido instaurada en 1593 por Felipe II para los obreros de la construcción. ¡Esta reforma no sobrevivió a la revolución industrial, cuando el empresariado impuso en todas partes un fuerte aumento del tiempo de trabajo!
3 Los dos partidos llamados “dinásticos”, por ser ambos monárquicos, se alternaban en el poder.
4 Para quedar bien, Cambó invocaba, eso sí, la doctrina social de la Iglesia y deseaba un buen entendimiento entre patrones y obreros…
5 Entre los “pobres empresarios” en peligro se cita a los sectores de la hostelería y la restauración, aunque se trate de ámbitos sin ley, donde reinan la precariedad, el trabajo en negro y las horas no pagadas.