Dos sesiones, ningún President
El futuro de la República no se dirimirá en el Palau de la Generalitat, sino en las calles, con la movilización y la organización del pueblo catalán.
La investidura catalana sigue demorada. El primer intento fue en la sesión parlamentaria del viernes 26 y no tuvo éxito ya que Pere Aragonés (ERC) no consiguió la confianza de los 68 diputados que necesita para transformarse en el 132º President de la Generalitat. El resultado fue: 42 votos a favor de ERC y CUP, 32 abstenciones de JxCat y 61 en contra, con el constitucionalismo españolista en un mismo bando: PSC, En Comú Podem, PP, Cs y Vox. El segundo intento de investidura se realizó el 30 de marzo y también fracasó. El 26 de mayo vence el plazo para elegir President o se convocarán nuevas elecciones.
Aunque Esquerra le tira flores a En Comú Podem y el PSC por una “mayoría de izquierdas”, su principal objetivo es pactar un “gran acuerdo nacional” con JxCat para darle continuidad al Ejecutivo independentista. A la par, siembra falsas ilusiones en el “diálogo de consenso” con el gobierno PSOE-Unidas Podemos. Mientras tanto, JxCat recela del acuerdo ERC-CUP y exige que los republicanos incluyan a Carles Puigdemont -en el exilio- y al Consell per la República como factores decisivos en la vida política catalana, algo que ERC considera una “inaceptable tutela externa”. Las negociaciones van y vienen entre zancadillas y reproches, algo parecido a lo que sucedió durante toda la desastrosa gestión del Govern que ejecutaron en común. Ya se verá que hacen en esta ocasión, con el antecedente de que, hasta ahora, siempre superaron las divergencias con el último aliento y fórmulas de equilibrio inestable.
¿Por qué se pelean si ambos se dicen independentistas? Lo hacen porque disputan la distribución de cuotas de poder sobre el timón de la Generalitat. No es un enfrentamiento entre un sector más progresivo que el otro: en sociedad dilapidaron la tremenda fuerza de la movilización catalana en los momentos más álgidos del Procés, se acercan cada vez más al conformismo autonomista, crean falsas expectativas de consenso con el Estado español y, aunque critican al régimen del 78, negocian con sus defensores. Sus prioridades tampoco son dar una respuesta progresiva a la crisis de la pandemia, a la desigualdad social, a los padecimientos de la clase trabajadora ni del pueblo. Para lo único que apuran el paso es para salvar a los empresarios capitalistas e intentar congraciarse con el bloque imperialista de la Unión Europea.
La CUP ha pactado con ERC la investidura y un margen de estabilidad para el nuevo Govern burgués catalán, lo cual consideramos equivocado para una organización que se reivindica anticapitalista. Las contradicciones que cruzan a la CUP no se están resolviendo de una manera positiva. Lo ha hecho presentando como grandes logros los compromisos de Esquerra de aplicar algunas medidas positivas parciales y de impulsar un referéndum consensuado dentro de algunos años. Con esto, ERC se lava un poco la cara y la CUP retrocede como una alternativa para lograr cambios de fondo, cuestión que se agravaría de manera determinante si mantiene su apoyo al próximo gobierno y/o lo integra. El “independentismo mágico” de JxCat y el “independentismo dialoguista” de ERC son dos caras de una misma moneda que desvaloriza el mandato expresado en el Referéndum del 1-O, por eso es un error depositar confianza en ellos.
Para que la intención de protagonizar un nuevo embate sobre el Estado español se transforme en realidad, para fortalecer la lucha por la amnistía y la autodeterminación, es necesario que el protagonismo lo vuelva a tener el pueblo catalán movilizado, desobediente, haciendo huelgas y acciones masivas, creando organismos de poder popular independiente, como incipientemente fueron los CDR. Las medias tintas y claudicaciones de los reformistas sólo conducen a nuevas frustraciones, Unidas Podemos es un triste ejemplo de ello. En Catalunya y en todo el Estado español es necesario poner de pie una nueva alternativa política de izquierda, consecuente en la lucha anticapitalista, de independencia de clase, por los derechos democráticos y sociales de las grandes mayorías, con la estrategia de un gobierno de los trabajadores y un modelo de socialismo con democracia. Desde SOL impulsamos esta perspectiva y esperamos que las otras corrientes que se reivindican socialistas, revolucionarias e internacionalistas también tengan la voluntad política de hacerlo, alejados tanto del sectarismo como del oportunismo.