Capitalismo vs Territorio en los Països Catalans
Publicamos el escrito de Eduard Baeza, activista sindical y militante de CUP-L’H, al II Foro de Ecología Política Socialista (LIS).
“Se me pidió que hiciera una breve ponencia sobre el impacto que el capitalismo tiene en el territorio donde vivo, trabajo y milito. En primer lugar, me gustaría explicar cuál es este territorio, ya que a menudo el marco mental y la hegemonía cultural capitalista nos impiden ser conscientes de ciertas realidades. Yo vivo y me desenvuelvo en los Països Catalans (PPCC); un conjunto de territorios con una herencia cultural, histórica y geográfica común que actualmente está bajo el yugo de los estados español, francés, andorrano e italiano. Las organizaciones revolucionarias en las que milito apuestan por la emancipación y la soberanía nacional, así como por la solidaridad y la construcción de estrategias conjuntas con el resto de los pueblos para lograr la liberación como clase.
Hecho este pequeño inciso, también es importante reafirmar, aunque para nosotros sea básico, cuál es la relación que se establece entre las lógicas de producción capitalista y nuestro planeta. La teoría económica liberal se fundamenta en una idea que dicta que el lucro propio (entendido como el interés particular) es capaz de beneficiar al común de una sociedad. Esta afirmación no es equivocada y precisamente su implementación primigenia se convirtió en una transformación social evidente en muchas sociedades que superaron así fórmulas más bárbaras. ¿Cuál es entonces el error? ¿Qué es aquello tan perjudicial intrínseco en las relaciones de producción capitalista según las revolucionarias? Sencillamente que estas relaciones generan dos comunes, dos clases con precisamente dos intereses que entran en conflicto. Además, lo pensado, diseñado y erigido con un propósito no puede reformularse para ir en contra de su propósito original. El propósito de la relación de producción capitalista es el lucro del capitalista transfiriendo la riqueza de la clase trabajadora a sus propias manos. Este fenómeno ocurre constantemente a través de la producción y/o la oferta de servicios, que permiten las transacciones de las cuales se nutre el capitalista. Esta aparente máquina de movimiento perpetuo, como es lógico, está plagada de defectos. Los dos más evidentes son: en primer lugar, que despoja de la posibilidad de vivir a la mano de obra apropiándose de su esfuerzo, tiempo y ganancias, y en segundo lugar, extermina al propio planeta haciendo un uso sin limitación de los recursos materiales y energéticos finitos y permitiendo el descontrol de los impactos perjudiciales originados en los propios procesos de transformación.
Que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo es tan evidente como preguntar qué se espera que ocurra si encerráramos en un habitáculo pequeño a un joven león y un cervatillo herido… difícilmente podríamos imaginar una serie de rocambolescas casualidades que permitieran al ciervo escapar o vencer al león. El capitalismo es un agente depredador de la humanidad y del propio planeta.
Desde las primeras evidencias del impacto negativo global surgido de la deslocalización de la contaminación con la revolución industrial, muchas voces comenzaron a plantear el enorme poder de transformación que tendría todo un sujeto político organizado en torno a la lucha contra este terrorismo medioambiental. Actualmente, estos postulados parecen haber sido bien diagnosticados, ya que en todo el globo organizaciones, entidades y movimientos sociales a favor de la protección del planeta han comenzado a volverse habituales, y la reacción y represión del capital están comenzando a hacerse cada vez más evidente y virulenta. Algunos ejemplos de este reaccionarismo son el caso de las ilegalizaciones de organizaciones ecologistas perpetradas por Macron en el estado francés; el acoso, la caricaturización y el paternalismo que sufren jóvenes activistas que perpetran acciones con el objetivo de poner en el centro de la opinión pública (que no publicada) su angustia y el miedo a la incertidumbre de un futuro difícilmente habitable; y las 800 ciudadanas de Egipto detenidas en noviembre durante la cumbre de la COP27 por manifestarse a favor de vincular la justicia climática y las libertades políticas (totalmente vulneradas en Egipto).
El descontrol del impacto de la actividad humana debido a la impunidad capitalista, que sigue anteponiendo el interés particular, el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y la mal llamada «libertad» mercantil, ya ha provocado una crisis climática difícil de paliar. Para hacerlo, sería necesario la inminente erradicación de estas lógicas y la apuesta firme por un modelo productivo que decrezca, centrado en la satisfacción de las necesidades y los derechos a costa de la pérdida de privilegios de la minoría explotadora y especuladora.
Volviendo a mi territorio, esta crisis climática se manifiesta en datos absolutamente desgarradores: la temperatura media anual ha aumentado casi 2º (llegando casi a 3º durante el verano) desde mediados del siglo XX, y ha habido una disminución del 40% en las precipitaciones. El aumento del nivel del mar en nuestras costas ha sido de 10 cm en los últimos 30 años y la tendencia es exponencial. Cuando era un niño, nos enseñaban en la escuela que nuestro territorio tenía un clima mediterráneo caracterizado precisamente por las temperaturas moderadas y las lluvias no muy abundantes concentradas durante la primavera y el otoño. Actualmente, el cambio drástico ya es evidente, las temperaturas son propias de un clima cercano al tropical y los episodios de lluvias son torrenciales y concentrados en las estaciones donde no era habitual, lo que aumenta el riesgo y la presencia de incendios a lo largo de todo el año. Todos estos fenómenos suceden a escala global debido precisamente a la deslocalización del impacto que tienen las actividades locales, pero, en los Países Catalanes, ¿cuáles son las actividades económicas imperantes cómplices y causantes de este ataque en nuestro hogar? Para responder a esta pregunta, solo hace falta darse cuenta de que Barcelona es el municipio con mayor visibilidad exterior y ¿en qué pensamos cuando hablamos de Barcelona? Pues Barcelona se ha convertido en una marca por sí misma, una marca con la que se llenan los bolsillos de multinacionales de todo tipo. El tejido industrial de Barcelona, València, Mallorca, Andorra y alrededores se ha reducido al mínimo, no hay industria propia local, el territorio agrario está siendo destrozado; y toda actividad económica orbita alrededor de esta marca que es Barcelona y se basa en un modelo de turismo salvaje y caníbal que denigra hasta la precariedad máxima a las trabajadoras.
Esta instrumentalización de nuestro territorio por parte de los especuladores turísticos cuenta con la complicidad de los partidos gobernantes: PP, PSOE, Podemos… y se evidencia en muchos ejemplos. Por ejemplo, en la celebración de macro festivales musicales o la construcción de campings de lujo y resorts en zonas que son consideradas LICs (Lugares de Interés Comunitario). Es curioso que muchos de los terrenos cercanos a estas zonas se encuentren o se encontraban en manos de la Sareb, la empresa creada en 2012 por el gobierno del Partido Popular para salvar los bancos y dotar de liquidez a las entidades financieras después de la crisis de 2008. Hoy en día, esta institución se ha convertido en la inmobiliaria y agente especulador más masivo de Europa y se dedica a ceder sus activos a grandes fondos de inversión. Detrás de los impulsores de estos proyectos, también se encuentran agentes vinculados, por ejemplo, a la propuesta de ampliación del puerto de Valencia que beneficiaría a la empresa de cruceros MSC y a las constructoras implicadas. En detrimento del fondo marino, agravaría la violencia de los temporales, podría hacer desaparecer las playas del sur del País Valencià y la lengua de arena que protege el lago de l’Albufera; todo un patrimonio natural que permite hoy en día la preservación de un ecosistema rico y diverso. Pero como decimos, su beneficio va por delante. Ya se demostró cuando con el gobierno del PSOE en 2008 se permitió a la empresa ACS de Florentino Pérez inyectar gas en el fondo marino frente a las costas de Tarragona y Castelló, para construir un almacén de gas y que provocó una serie de movimientos sísmicos que afectaron a las viviendas y pueblos cercanos. El proyecto se detuvo, pero se tuvieron que destinar 1.350 millones de euros de dinero público para pagar la deuda a las entidades bancarias que dieron el crédito para iniciar las actividades. El capitalismo, una vez más, socializa solo las pérdidas y deudas del capitalista. Otra actividad que evidencia el saqueo de nuestro territorio y la amenaza del suelo agrícola y forestal son los más de 200 megaproyectos eólicos y fotovoltaicos y la construcción de más líneas de alta tensión y gasoductos que atraviesan el país y que solo responden a los intereses económicos del oligopolio eléctrico, fondos de inversión internacionales y grandes empresas convertidas al creciente negocio de las energías renovables. En el territorio también tenemos actualmente 98 campos de golf en funcionamiento mientras que el nivel medio de los embalses apenas llega al 30%. Una pequeña parte de estos campos ha sido sancionada con multas irrisorias por el mal uso del agua, pero recordemos que el consumo anual de agua de todos estos campos equivale al consumo doméstico anual de una población de un millón de habitantes. A Barcelona llegan más de 4 millones de cruceristas cada año, hay 8 terminales y se están construyendo otras 2. Se fomenta una Zona de Bajas Emisiones dentro de la ciudad que afecta a la mayoría popular, pero en ningún caso se pone un tope a este negocio a pesar de ser uno de los principales agentes que contaminan el aire. Los cruceristas que llegan forman parte de los más de 43 millones de turistas que llegan cada año a los PPCC y que en promedio consumen 5 veces más agua que un ciudadano. Todas estas actividades económicas, que podríamos considerar como atentados climáticos, lógicamente provocan que las víctimas climáticas, la clase trabajadora, generen, como se preveía que podría ocurrir, una fuerte resistencia popular. En los PPCC se está articulando, bajo el lema «Defendemos la tierra, construimos el futuro», un contrapoder de masas frente a la ampliación del aeropuerto de Barcelona, la implementación de la autovía B-40, la construcción del complejo turístico y de ocio Hard Rock (proyectos que han sido previstos en los presupuestos catalanes del último año), la candidatura Barcelona-Pirineus para los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030 y otros proyectos especulativos de este tipo. El grueso de la población trabajadora entiende que estos proyectos aumentan la movilidad y el consumo energético a partir de combustibles fósiles, agotan unos recursos naturales absolutamente escasos, tienen un impacto negativo sobre ecosistemas ya de por sí frágiles y preservan unas actividades económicas precarias que distribuyen muy desigualmente los ingresos e hipotecan la vida de las generaciones futuras que no tendrán ni territorio ni la opción de trabajar dignamente.
En resumen y, en conclusión, haciendo evidente la sentencia «ninguna agresión sin respuesta» y ante el más que posible colapso que sobrevendrá, es tiempo de trabajar en la construcción de un sujeto organizado revolucionario en torno a la lucha ecologista”.